¿Qué es?
Durante miles de años los narradores orales han llenado el mundo de historias, en ellas hemos encontrado grandes aventuras, intensos romances, crueles traiciones y épicas batallas. Pero hemos encontrado más: personajes, buenos y malos, que nos han acercado el misterio del mundo. Los mitos, las historias y los poemas han sido una fuente de conocimiento y una manera de entrar en nuestro propio mundo interno y para reconocer en él nuestra verdadera identidad.La propuesta es trabajar, sea en acompañamiento terapéutico o en la autorreflexión, con la dimensión imaginativa explorando de que manera nos relacionamos con nuestras propias fabulaciones, y descubrir que hay detrás de ellas. A este trabajo le puse el nombre de «Narrativa Terapéutica». Tengo que reconocer que no sé si ha sido el nombre más acertado, porque genera mucha confusión con la Terapia Narrativa, de la que bebo y me inspiro en algunos aspectos para dar forma a este tipo de trabajo.Pero la creación del nombre tiene una lógica oculta. Creo sinceramente que hay una relación sana y orgánica con nuestra dimensión narrativa que nos lleva a la experiencia de nuestra vida, y por lo tanto nos ubica en el mundo, hace que nos podamos reconocer y da un sentido profundo al hecho de estar vivos. Pero también hay una relación más neurótica y difícil con esa dimensión imaginativa que nos hace confundirnos en ella y que quedemos de alguna manera «hechizados» por nuestras propias construcciones fabulatorias, sin saber leer que expresan de forma oculta. En nuestra cultura dónde no se cultiva el conocimiento mitopoético del mundo la función narrativa queda desubicada y por tanto, perdemos la imaginación como nuestro mayor aliado.
Vivimos entonces con demasiadas historias propias que las vivimos como “verdaderas” y que llegan a todos los aspectos de nuestra existencia. Estas historias están basadas en heridas infantiles, recuerdos deformados, y en ocasiones: por dinámicas transgeneracionales.
De esta manera, construimos una extraña idea de nuestra identidad personal que lo ocupa todo, y que es una gran fuente de automatismos que nos guían por la vida sin que sepamos detectarlos. Somos llevados por nuestro propio mito inconsciente y tenemos más fidelidad a nuestras propias historias que a nuestra capacidad de vivir orgánicamente nuestra propia vida.
No somos conscientes de cómo nos identificamos totalmente con nuestras narrativas Y entonces, dejamos nuestra vida en manos de fuerzas y tramas invisibles. Tenemos una buena historia, pero perdemos vitalidad y contacto con nuestra alma. Nos creemos protagonistas, y en nuestro canto egoico desafinado perdemos la sabiduría ancestral y ese maravilloso mundo invisible lleno de tesoros y aliados. Nos narramos y nos separamos de nosotros. Deshumanizamos lo desconocido y lo convertimos en demonio. Pero citando a Rilke: “Quizá todo lo espantoso, en su más profunda base, es lo inerme, lo que quiere auxilio de nosotros”.
Así pues, dado que etimológicamente «terapeuta» era aquel que cuidaba, sea a través de la medicina o el servicio, el nombre de «Narrativa Terapéutica» es porque hay una manera de vivir la narrativa personal que nos permite sentirnos vivos en nuestra vida y otra que nos daña y nos aleja de nosotros mismos.
La Narrativa Terapéutica es una manera de recuperar nuestras energías perdidas por el camino, sintonizarnos con el presente, dialogar de manera más creativa con el misterio y disfrutar de las historias como fuente de fuerza y vida. Partiendo desde nuestra naturaleza narrativa-mitológica propongo un trabajo basado en la exploración de la extensión narrativa de tres grandes identidades que conforman el propio viaje vital:
La primera es la identidad biográfica. Es decir, de qué manera hemos construido nuestra vida cuando la miramos como si fuera material literario. Las heridas infantiles, las pérdidas, los amores, las vocaciones, el azar y el destino conformarán toda una serie de experiencias internas que darán sentido a un mito propio desde el que miraremos el mundo continuamente. Si no ponemos conciencia en este aspecto, el mito queda oculto, tapado, y no nos damos cuenta de cómo convertimos en un automatismo mecanismos internos de evitación para rehuir el contacto con nosotros mismos, o sencillamente para explorar otras dimensiones humanas más allá de lo que nos contamos.
Siempre, detrás de nuestras historias hay emociones no expresadas. Han quedado congeladas y hemos narrado la vida por encima de ellas. Esto que tanto nos puede ayudar en un momento determinado, es un verdadero problema si se enquista y queda de forma fijada. Sucede entonces aquello que los psicólogos llaman el «compromiso lingüístico»: dónde tomamos un compromiso inconsciente con nuestras propias historias en vez de un compromiso con la propia experiencia interna.
Como anécdota curiosa la que se explica de la muerte de Balzac: cuando ya yacía moribundo en la cama pidió que llamaran al doctor Bianchon. Todo el mundo buscó a este doctor por toda la ciudad, pero nadie sabía quién era. En realidad Bianchon es un personaje de la novela La comedia humana, obra del propio Balzac. Es decir, a las puertas de la muerte, Balzac sólo confiaba en uno de los personajes de su imaginario.
Este es un mecanismo humano cuando tenemos heridas importantes, le damos la categoría de verdad a nuestras propias historias, y nos fiamos más de ellas que de lo que ha quedado en nuestra sombra, lo que no podemos ver, expresar o sentir . Y el riesgo es configurar nuestra identidad alrededor de estas narrativas fijas, que nos alejan del transitar y del continuo movimiento que implica estar vivo.
La otra identidad proviene de la experiencia en nuestra familia. Con la Narrativa Terapéutica investigamos la mitología familiar: hay familias donde el dinero se vive como un peligro, o se ha de guardar, o se ha de enseñar. Hay familias donde el sexo se aplaude, en otros es un tabú. Hay familias donde la religión marca el destino de sus miembros, en otras es el enemigo. Igual ocurre con la política, la manera de amar, las vocaciones… introyectamos ideas de la familia, seguimos mandatos aprendidos en casa, participamos en nuestras profundidades de mitologías familiares que nos afectan y nos mueven.
Como mamíferos y gregarios que somos los humanos, buscamos la manera de pertenecer al grupo, y muchas veces, ante la imposibilidad de amar de una forma sana y liberadora, amamos la familia de forma ciega y herida a través de la lealtad a estas mitologías. Joseph Campbell decía que «definir la vida te liga con el pasado»: cuando tenemos historias —personales o familiares— muy rígidas, que sacan y niegan aspectos y matices de la persona, sin quererlo, acabamos dirigiendo nuestra atención interna hacia el pasado, en vez de mirar hacia posibles futuros. Perdemos entonces lo que el psicólogo australiano John Winslawe defiende: la capacidad de ser «multi-historiados» para poder saber quiénes somos.
Y en la tercera identidad, que es mucho más silenciosa, acompañamos a la persona a que descubra quién es, más allá de su identidad individual. Son muchos los mitólogos, filósofos, artistas y pensadores que han estudiado las estructuras profundas arquetípicas en todos los mitos. Campbell creó la teoría del «monomito». Es decir, aquello que explican los mitos y las historias del mundo —independientemente de la cultura o la época— es lo mismo. Hay una dimensión común en el fondo de todo ser humano: hace miles de años que buscamos la manera de amar, de superar el miedo, la enfermedad, el vértigo ante la muerte, la ausencia, la entrega a la comunidad, la vocación, el arte… El dolor de una madre israelí ante la pérdida de un hijo en un atentado es el mismo dolor de una madre palestina cuando pierde a su hijo por el disparo de un soldado. El enamoramiento de un joven en Burkina Faso es el mismo enamoramiento de un joven en la city de Londres con la última aplicación de móvil para ligar. En lo profundo, más allá del juego de identidades narrativas que hemos creado por nuestra cultura, tenemos un espacio común que, a través de la metaforización del mundo, podemos verlo y cuidarlo. Un espacio que nos une con millones de personas de otras épocas o culturas. Por eso nos emocionamos con cuentos antiguos o con música lejana.
Así pues, el trabajo con la Narrativa Terapéutica es una tarea de exploración, de crecimiento y de autorreflexión con la idea de que la persona encuentre fuerza, pueda cerrar alguna herida o se enfoque a la vida más en sintonía con los deseos y anhelos si la vida lo permite. Este trabajo se hace a través de seminarios, cursos, experiencias y dinámicas de grupo.
Somos mucho más que nuestras historias, y necesitamos los ojos de los demás para descubrirlo. Como decía Carl Jung, la pregunta más importante para un adulto es: ¿en qué mito estoy metido? Y cuando podemos recuperar la dimensión mitopoética, y nos podemos narrar de muchas maneras, cuando superamos el vértigo de definirnos de formas tan concisas, y cuando establecemos diálogos de comprensión o artísticos con lo que late en nuestro inconsciente, tal vez, si todo va bien, nos liberamos del peso de sostener nuestra identidad en una historia, y pasamos a ser alguien más vivo, más humano y con el corazón más abierto. Citando de nuevo a Campbell, la elección, decía, es «abrir el corazón, o empequeñecer el mundo». Y sólo aquel que se deshace de sus fidelidades tan grandes a su propia narrativa, puede abrir el corazón a todo lo que se esconde dentro de la sombra del ser humano; mitológicamente hablando: un lugar oscuro con extraños guardianes en el umbral, pero lleno de tesoros llenos de belleza allí esperando, con humildad y valentía, que los vayamos a buscar.
Jordi Amenós Álamo